Como músico intérprete, pedagogo o estudiante, tienes acceso a muchísima información.
Información sobre cómo relajar, cómo ajustar el respaldo del violín, qué posición tiene que tener la lengua para cada vocal, cómo tiene que salir el aire y a qué velocidad. Obtienes la información, cambias algo, suena mejor, todos contentos.
Sin embargo, esto sólo es una cara de la moneda.
A priori, un cambio que introduces en el cuerpo siempre va a traer un cambio de sonido, y puede que incluso una mayor libertad.
Está en la naturaleza de nuestro sistema nervioso: al sistema nervioso le gustan los cambios. Una nueva manera de movernos nos lleva a una nueva manera de escuchar, de tocar, de sentir la música.
A corto plazo, funciona casi siempre.
Pero, ¿qué cambios son realmente sostenibles? Es decir, ¿cuántas veces hemos realizado un cambio que en principio nos parecía bien y luego hemos desechado porque no acaba de funcionar? Sólo los cambios que tienen en cuenta la fuerza de gravedad y nuestro centro de masa responden a las leyes universales de movimiento funcionan a largo plazo. Y también aquellos que tienen en cuenta nuestra manera particular de expresarnos y movernos.
Sin integrar las leyes de movimiento y peso en nuestra manera personal de tocar, la buena información se queda en medias verdades, y no es aplicable al 100%.
Y esto es, entre otras cosas, lo que enseño en mis cursos de Método Resonancia: la aplicación de lo que ya sabemos a largo plazo y de forma personal.
Para desarrollar nuestra capacidad de discernimiento entre la buena información y la que es, además de buena, sostenible.